jueves, 22 de marzo de 2012

La vida es sueño, de Calderón de la Barca

¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
--dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer--,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron

jueves, 9 de febrero de 2012

Shalacos de Jorge W Abalos

Abalos, Jorge Washington. Biografía. Nacido en La Plata en 1915, se recibió de maestro en Santiago del Estero, ejerció de maestro rural en el Chaco santiagueño e investigó varias enfermedades, como la vinchuca y el mal de Chagas. Shalacos relata las relaciones entre un maestro rural recién llegdo a una aldea donde todavía se habla quechua y sus alumnos, las costumbres y tradiciones de los habitantes quechuas de Argentina. Enlace. Sin contraseña.

"Aquí estoy ante los alumnos de esta escuelita-rancho que me ha tocado en suerte. Hace ape­nas un par de días que he llegado. Veinticinco caras morenas, en las que no puedo descubrir los sentimientos, me miran desde los bancos. Pienso que esto no me está ocurriendo a mí, un muchachito maestro rural de dieciocho años aún no cumplidos.

Me levanto de la silla del escritorio y me dirijo al pizarrón, en el que escribo mi nombre. “Ése soy yo.” Veinticinco caritas impasibles me miran.

Ignoro qué es lo que dije o pretendí enseñar ese día de mi estreno como maestro. Recuerdo que no logré de ellos respuesta alguna.

Al terminar la clase del día, los chicos for­maron ante la bandera, la que fue arriada. El “hasta mañana” tuvo su eco: “Hasta mañana, señor”. La fila comenzó a desgranarse. “Que les vaya bien”, agregué y me volví al aula, sen­tándome al escritorio.

Con asombro vi que los chicos me habían seguido y se ubicaban en sus bancos. Entonces lo entendí: del idioma castellano ellos sabían el “hasta mañana”, pero no más que eso. Me quedé mirándolos, abrumado. Nunca en mi vida he tenido como aquella vez tal impresión de sentirme rebasado. Me levanté y comencé a ca­minar entre los bancos. No sabía qué hacer. En una de las pasadas, Lula me tomó la mano y me sonrió. La calidez del gesto y el contacto con esa manita me hizo comprender que “Eros pedagógico” es, simplemente, amor, mutuo amor.

Encaré al grado nuevamente: “Hasta maña­na, señores”.

Los chicos se fueron."

lunes, 2 de enero de 2012

Cuento de horror - Marco Denevi

La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre
ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta
de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

-Thaddeus, voy a matarte.

-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.

-¿Cuándo he bromeado yo?

-Nunca, es verdad.

-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?

-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.

-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de
arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil.
O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para
aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un
cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el
apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses
después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció
a Dios haberla librado de ser una asesina.