La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre
ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta
de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de
arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil.
O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para
aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un
cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el
apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses
después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció
a Dios haberla librado de ser una asesina.
lunes, 2 de enero de 2012
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