miércoles, 30 de diciembre de 2009

Don Juan Tenorio y Doña Inés, de José Zorrilla


Por dondequiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.




DON LUIS:
¡Por Dios que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?

DON JUAN:
Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas,
y un hora para olvidarlas.




DON JUAN:

¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la esclavitud de tu amor.




Nacido en Valladolid en 1817, e hijo de un hombre conservador, absolutista y autoritario que fue superintendente de policía en tiempos de Fernando VII, estudió en un buen colegio. Cuando los vientos políticos cambiaron de rumbo y su padre fue desterrado a Lerma, fue enviado a la Universidad de Toledo a cargo de un pariente canónigo. Los libros de Derecho no le atraían mucho, y lo enviaron a Valladolid. Como los estudios seguían sin gustarle, su padre, como lección, le envió a cavar viñas, pero él se escapó robando una mula. Una vez en Madrid. se dedicó a lo que más le gustaba, el dibujo, las mujeres y las lecturas. En Madrid pasó hambre, fingió ser un artista italiano para pintar en El Museo de las Familias, publicó algunas poesías, pronunció algunos discursos revolucionarios en cafés y fue perseguido por la policía. Se casó con una viuda irlandesa pobre con la que tuvo un hijo, pero a los pocos años abandonó a su esposa y huyó a Paris. Volvió a España para retornar a París, y posteriormente a México, donde pasó 11 años bajo el mecenazgo del Emperador Maximiliano I. Pasó un año en Cuba pasando hambre, y tras la muerte de su esposa, volvió a España, donde se casó una segunda vez. Durante los últimos años de su vida, pasó necesidades económicas al tiempo que recibió honores y distinciones. Murió en madrid en 1893.

Durante su adolescencia leyó a Walter Scott, James Fenimore Cooper, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Victor Hugo, el duque de Rivas y Espronceda. En Madrid entablo amistad con José de Espronceda y Juan Eugenio Hatzenbusch. En Paris entablo amistad con Alejandro Dumas, Alfredo de Musset, Victor Hugo, Théophile Gautier y George Sand.

martes, 29 de diciembre de 2009


Soliloquio de Segismundo en La vida es sueño.

Pedro Calderón de la Barca

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe, 5
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte? 10

Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza, 15
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende. 20

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí. 25
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son. 30




Don Pedro nació en Madrid el 17 de enero de 1600, hijo de un alto funcionario de Palacio de origen hidalgo y de una descendiente de familia noble alemana. Como destacó en los estudios, su padre le mandó al Colegio Imperial de los jesuítas, donde estudió gramática, latín, griego y teología. En la Universidad de Alcalá estudió lógica y retórica, y en la de Salamanca, derecho canónico y civil, pero nunca llegó a ordenarse, como era el deseo de su padre. Abandonó los estudios religiosos por la carrera militar, y al servicio del duque de Frías, viajó por Flandes y el norte de Italia. Se volvió pendenciero y jugador, y quizás se vió envuelto en un homicidio. En 1623, mientras estaba en una campaña bélica, se estrenó su primera comedia, Amor, honor y poder.

A partir de 1625, estrenó numerosas obras de teatro en la Corte. En 1629 se granjea la enemistad de Lope de Vega, al perseguir, junto a sus hermanos, aun actor en sagrado, en un convento donde estaba la hija de Lope. En los años 30, en parte también debido a que la estrella de Lope eclipsaba, se granjeó el reconocimiento del rey Felipe IV y del público, con sus piezas escritas para los corrales de comedias de la Cruz y el príncipe.

Volvió a las armas durante el sitio de Fuenterrabía (1638) y en la guerra de Secesión de Catalunya (1640). Se convierte en un cortesano reconocido y admirado, pero a partir de mediados de la década de los 40, los religiosos moralistas consiguen que se prohíba el teatro. Este hecho, y la muerte de sus dos hermanos, le lleva a una etapa de crisis moral y sicológica, que le lleva a cambiar su rumbo literario de las comedias a los autos sacramentales. En 1651 se ordena sacerdote, tal como quería su padre y que él siempre rechazó en su juventud. Su crisis interior coincide con la crisis del imperio español, plasmada en la firma de la paz de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1659).

Falleció en Madrid el 25 de mayo de 1681 y su entierro fue poco ostentoso y austero, tal como él siempre quiso.

Obras de Calderón en Wikisource, Cervantes Virtual, en Comedias y en Libro.dot.

García Márquez, Cien años de soledad


Gabriel García Márquez
(Aracata, Colombia 1928—)


Cien años de soledad
(1967)


[I]

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. "Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Canción del pirata, de José de Espronceda


Canción del pirata


Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman, 5
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar rïela,
en la lona gime el viento, 10
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa, 15
y allá a su frente Stambul:

«Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza 20
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho 25
del inglés,
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies. 30

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

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Último discurso, Salvador Allende


ÚLTIMO DISCURSO
Salvador Allende .
COMPATRIOTAS:
Seguramente sea ésta la última oportunidad en que pueda dirigir me a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las antenas de Radio Magallanes. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para los que han traicionado su juramento.
Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar!
Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la Ley, y así lo hizo.
En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección.
Me dirijo a ustedes, sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios clasistas que defendieron también las ventajas de una sociedad capitalista. Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que^serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, en el que la traición pretende imponerse.
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.


Político y médico chileno, nació en Valparaíso en 1908 y murió en Santiago, en el Palacio presidencial de La Moneda, durante el bombardeo del 11 de setiembre de 1973-Militando en el partido socialista chileno, en 1970, y como candidato de la Unidad Popular, fue elegido presidente de su país, proponiendo en su gestión un camino pacífico hacia el socialismo. Un golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet lo derrocó. El conmovedor discurso final que aquí se incluye fue tomado del diario Página/12, Buenos Aires, 11 de septiembre de 2003