miércoles, 11 de noviembre de 2009

La paz del hogar, de Balzac



TEXTO DE LA CONTRATAPA:

La paz del hogar expone otro caso de desavenencia conyugal motivado por los celos, pero que al fin se resuelve satisfactoriamente, gracias al maor y discreción de la esposa.

La animada descripción de un baile de gala, en la época de las guerras napoleónicas, da motivo para que el autor nos presente un abigarrado cuadro de las costumbres bajo el imperio y de la singular mezcolanza de aristócratas linajudos y brillantes advenedizos que se reunían en los salones.




Enlace 1, enlace 2 y enlace 3.

El coronel de Coraceros de la Guardia de Napoleón, Montcornet, soltero y prometido a una rica viudita de 20 años y rica, se interesa durante un baile de gala en honor a Napoleón, por una desconocida y bella dama de azul, cuya belleza le cautiva. Pero también se interesa por la misteriosa dama de azul el joven barón Marcial de la Roche-Hugon, favorito de el Emperador, y del que se espera un prometedor futuro. Al final la desconocida resultó ser la condesa de Soulanges, quién acepta ir con el barón a una galería inmesa repleta de cuadros, con la intención, al menos por parte del barón, que todos podemos imaginar. Pero la condesa tiene otras intenciones.

El barón le ofrece como recompensa de lo que imagina que va a suceder una sortija con un enorme diamante. La condesa lo acepta diciendo:

- "Monsieur, acepto ese diamante con tanto menos escrupulo en cuanto me pertenece."

Resulta que monsieur de Soulanges, el conde y marido, cogió la sortija del tocador de su esposa sin su permiso y se lo entregó a su amante, madame de Vaudremont, quién a su vez se la entregó al barón, de quién también era amante, ¡la muy pícara! Enterada la condesa, había acudido al baile con el ánimo de recuperarla. La condesa le muestra al barón un resorte escondido en la sortija que abre un departamento oculto donde la condesa tenía unos cabellos de su esposo. Al pasar por el Pont-Royale, la condesa arroja al aire los cabellos del conde.

Lloró al recordar los vivos dolores que por tanto tiempo sufriera en silencio y tembló más de una vez al pensar que el deber de las mujeres que aspiran a lograr la paz del matrimonio las obliga a sepultar en lo más hondo del corazón y sin quejarse angustias tan crueles como las suyas.


La mujer, aun siendo condesa, tiene que tragar sapos y carretas con tal de mantener la paz del hogar.

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